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En 1924, el Palacio de Minería abrió sus puertas a una feria del libro por primera vez en México, impulsada por José Vasconcelos y concebida con el propósito de fomentar la lectura y el interés de los editores extranjeros, además de alentar el arte de la imprenta. Desde entonces, en el país han aparecido y desaparecido muchas ferias del libro, algunas más grandes que otras, pero todas con el mismo propósito de hacer llegar los libros a la población mexicana.

A lo largo de la historia de México, en las luchas libradas por su independencia y por su libertad, encontramos elocuentes testimonios de la permanente vinculación de esfuerzos importantes por la edición de publicaciones en el marco del pensamiento crítico de la vida de nuestro pueblo.

La industria editorial concentra y es contenedora de la vida personal y social de una nación, pues configura el perfil, la imagen y la voz de una sociedad, al construir y afirmar su identidad particular. Es el alma colectiva de un pueblo que habla de su pasado y de su presente, de su vocación y de su destino.

La importancia que tienen las editoriales en las ferias del libro radica en el hecho de que estas empresas, conformadas por profesionales en múltiples áreas, no podrían dar cabal cumplimiento a sus elevados fines si no contaran con el libro, que sigue siendo, aun en la sociedad de la información en que hoy vivimos, el mejor instrumento, la herramienta insustituible para impartir la educación y para conservar, enriquecer y difundir el patrimonio cultural de nuestro país.

Creo importante hacer hincapié en la cultura, en la necesidad de su apoyo y su acción como actividad estratégica para el desarrollo del país. No podemos dejar en el olvido nuestra cultura, en toda la extensión de la palabra. Dentro de ese gran mundo, los libros, que son editados por profesionales de la edición, desempeñan un papel fundamental como divulgadores, difusores y preservadores de nuestras raíces, de nuestra cultura, de nuestros proyectos de país, de nación y de encuentro con los demás países, y todo ello sucede en las ferias de libros.

Destaco, y aspiro a que así sea considerado el libro, ese objeto contenedor de ideas y conocimientos que editan y publican profesionales de la edición llamados editores, agrupados en diversos sellos editoriales, ya que el libro, en cualquiera de sus formatos existentes o por existir (impreso, digital o audio) es la manifestación por excelencia de la libertad del hombre para expresar y publicar sus ideas, conceptos que en nuestro país son parte de las garantías individuales que consagra nuestra Carta Magna, la libertad de publicación y expresión; y las ferias del libro representan la palestra de ese aleph borgiano contenedor de todo.

Texto redactado por la coordinación de Comunicación de la CANIEM