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Sin duda el 2020 y 2021 han sido un tsunami en todos los ámbitos de la vida, nos han volteado de cabeza tanto profesional como personalmente. El 2020 nos enseñó que los libros de ficción se cumplen, que hasta los relatos más increíbles de Dean R. Koontz en Los ojos de la obscuridad son posibles.

La pandemia del siglo xxi nos ha trastocado en todas las áreas y en términos económicos no ha sido la excepción. Repercutió y repercute en las cadenas productivas nacionales e internacionales afectando también a la industria editorial. Pero ¿qué nos pasó?…

La industria editorial es un motor en los sectores económico, cultural y educativo. Aun así, las empresas de la cadena del libro se consideraron actividad no esencial pese a las demandas del sector.

Llegamos a la primera disonancia: la cultura y la cadena del libro han sido consideradas trascendentes en el ámbito político a lo largo de nuestra historia. Por ejemplo, la exención del iva en el libro, donde formamos parte de un grupo selecto, otro ejemplo es la recién creada Secretaría de Cultura, la cual reivindica al sector cultural en el ámbito de políticas públicas. No obstante, no fuimos considerados como actividad esencial, existiendo una disonancia entre el discurso a la cultura y las políticas en tiempos de pandemia.

Nos queda claro que somos prescindibles económicamente, que no le movemos la brújula al Gobierno, dejando que nuestros empleados, negocios y familias se vean afectados por esta crisis. Parece que sólo existimos cuando de postales se trata.

La crisis económica generalizada propició, en el mercado editorial, que el 2020 se finalizara con un déficit de –23.5% en unidades (cifra que considero subestimada). Pudimos ver cómo varias editoriales tuvieron que cerrar  y las que sobrevivieron realizaron recortes importantes en personal e infraestructura.  La crisis se sintió al puro estilo de John Steinbeck en Las uvas de la ira.

Desde otro ángulo, pudimos ver cómo los hábitos se transformaron debido a la pandemia, por un lado, las actividades no esenciales fueron suspendidas y, por el otro lado, se les impulsó a que fuesen digitales.

Actividades como ir al cine, a museos y a conciertos se convirtieron en actividades en línea, como ver películas o series en alguna plataforma, cortometrajes, ver tutoriales, escuchar podcast, además de tomar cursos y talleres. Otros acudieron al libro como forma de ocio, incrementando los hábitos de lectura.

El inegi muestra en su encuesta “Módulo sobre lectura” que el aislamiento consiguió que la población mexicana aumentara sus hábitos de lectura. También mostró el incremento de la lectura en formato digital.

La cifra del promedio de libros que leyó la población adulta lectora en el último año fue de 3.7 ejemplares, cantidad no obtenida desde 2017. Las mujeres respondieron haber leído más ejemplares en comparación a los hombres (3.9 y 3.5 respectivamente).

Llegamos a la disonancia central motivo de este texto, que es la incongruencia entre el aumento de índice de lectura y el decremento en venta de libros. Anticipo que no escribí este texto teniendo las respuestas, sólo planteo algunas hipótesis y abro audiencia para el cuestionamiento.

Tengo varias hipótesis a falta de más datos. La primera y de forma natural es pensar que el consumo se migró a formatos digitales como e-books y audiolibros. Para poder validar esta hipótesis, tendríamos que comparar el consumo del libro en papel vs digital –tanto e-books como audiolibros– para revisar si ese incremento en el índice de lectura se compensa con las ventas en formatos digitales.

La segunda hipótesis la nombro tsundoku: término japonés que se refiere al hábito de compra de libros, pero no de lectura, dejando que se acumulen. Aquí considero que dicho incremento de lectura se debió a que muchos de nosotros retomamos y empezamos a leer el libro que llevaba un par de años en nuestro librero.

Otra hipótesis es considerar que el decremento se atribuyó a la disminución presupuestal estatal y privada en compra de libros de texto. Si bien este dato lo validan en parte las estadísticas, de igual forma tiene inconsistencias en el palpar de los editores no texteros, ya que se tuvieron caídas importantes en facturación pese a que su fondo editorial no es texto.

Podría seguir formulando teorías, sin embargo, eso se lo dejaré a ustedes. ¿Por qué leemos más los mexicanos, pero se vendieron menos libros?

Miguel Ángel Pavón Vieyra, Grupo Editorial Neisa